viernes, 26 de abril de 2019

Nuestro amor duró una semana (Parte dos)




Esa tarde, ese pibe y esa propuesta eran casi imposibles de olvidar. Me resonaba en la cabeza esa frase que siempre deteste: el amor no se busca, se encuentra. Y me comencé a manijear tanto que viví más que nunca el presente. Recuerdo que en esas semanas trabajaba en un ex centro clandestino de detención. El agujero profundo que se me producía justo en la boca del estómago era tan profundo, la falta de aire junto al olor de cloacas sobrepasadas y los recuerdos tan vívidos de personas detenidas, había llevado a 75 litros mi mochila diaria. Uno a veces no sabe por qué hace este tipo de cosas, si la memoria es suficiente, si es para que no vuelva a repetirse o solo lo hacemos por nosotros mismos, creyendo que sin nosotros la lucha no continua.
Pero el terrorismo de estado no tiene nada que ver con esto. Así como creo que cada momento se mide por la intensidad con la que lo vivimos, creo que este flaco que me estaba esperando en su casa, cocinando una tarta de verduras, estaba tan ansioso como yo en comer y comernos. Me pregunté en ese momento: ¿Quien le hace una tarta a un pibe en la segunda cita, donde la primera vez solo solo hubo pete y besos?
A falta de uno llevé dos vinos. La falta de práctica del romance lo equilibré con 750 ml más de cabernet. Todo es mejor con vino, eso siempre. Porque como bien mi amigo mauri me hizo recordar hace poquito: “el que a la vida vino, y no toma vino, a qué chucha vino”. Así llegué en el invierno de hace dos años a la casa del flaco. El estaba con delantal y mirando una señora tarta de zapallo, relojeando a que estuviera al dente. Yo me dediqué a abrir el vino y a buscar dos copas, que él sonriéndome me orientó a buscarlas.
Una vez acomodados -vino y tarta en el horno- brindamos y se abrió un silencio en donde sentí que estaba por cenar con un completo desconocido. A los putos nos pasa que conocemos, la mayoría de las veces, determinados extremidades y orificios antes que a la persona que ostenta de ellas. Y acá me pasó eso: podría haber estado cenando con el distribuidor de coca cola de mi ex barrio, con la doña de la casa de enfrente que sale todos los días en auto y ni siquiera nos saludamos, o con la abuela de afuera de los chinos que no se cansa de decir sentadita, con una caja llena de tarjetitas con deseos de ositos cariñosos: “me ayuda con una ayudita por favor”. Y comenzamos a preguntarnos cosas como qué se solía hacer en una primera cita; como qué haces de tu vida, el trabajo, les alumnes, las ponencias, que esto que lo otro, que los talleres de géneros y demases. Al rato sonó la alarma anunciando que la tarta estaba lista. Las porciones eran muy importantes, explotaba el zapallo anco por todos lados, la masa casera de abajo era tan dorada y deliciosa que parecía de publicidad de la salteña. El primer vino lo terminamos en menos de lo que nos habíamos contado nuestra situación actual. Había silencios claro, pero debo asumir que prefiero los silencios que esos espacios llenos de fantasías o de falsas promesas como las que vinieron luego. 
Debo confesar que no tenía muy cachado el estilo de este flaco, que había cazado por la red. No buscaba nada después de lo de nacho, que me había atrapado en su tela de araña recién estrenada, porque la guacha recién salía del clóset. En la cena con el profe de escuela secundaria me estaba dando cuenta que había conocido al prototipo nunca mejor denominado como el gato. Un gato hermoso, de esos mimosones que te van llevando desde pensar: qué lindo gatito me he encontrado, hasta terminar en su casa culo arriba preguntándole si se había puesto un forro y que te dijera: no, ahí me lo pongo. Cuac!
Me habló de lo mucho que le gustaba enseñar, de las relaciones intensas que se dan dentro de la escuela. Me mostró un video de un acto escolar donde sus alumnes cantaban y él tocaba la guitarra. Hablamos de la memoria, de los pibes y de lo lindo que sería hacer un taller en su escuela sobre género. Me estaba invitando a hacer algo juntes. Yo asentí como señal de buena onda, pero sin ponerle mucha expectativa a este dúo bien efímero.
Pero no me puedo quejar, quien estaba abierto de gambas y de corazón era yo ante un perfecto desconocido. Así una vez puesta la protección que te hace más libre en látex, pasamos una buena noche mimoseando. Pusimos el reloj a una hora más que temprana. Se levantó, hizo un café, me dio unos besos y así me fui corriendo a la vereda a subirme al remis que me esperaba para volver al ex centro de tortura, y no es una ironía de la vida cotidiana, sino posta: un ex ccd (centro clandestino de detención). 
Era de noche aún en el invierno platense, se me colaba una sonrisa viajando en el auto, y aunque sabía que me esperaba una jornada larga, la comida, el vino y los mimos habían sido suficiente para pasar dos días a agua, mate y artículos de condiciones de detenciones entre marzo de 1976 y 1983.
Los dos días entre el siguiente encuentro fueron sin desesperación, sin grandes planes ni ficciones de será mi próximo segundo novio. Ya habían pasado tantos años entre mi última relación formal, que no había apuro para ponerle nombre a esto que era: simplemente un geminiano saliendo con un gatito. Dicen que soy muy adaptable, tanto, que me sumo al carro ganador o perdedor de one. Y así la intensidad de los mensajes y propuestas de mimoseo fueron levantando temperatura. Los días de frío son siempre una oportunidad para el cuchareo, el vino y chocolates entre besos.
Los encuentros se dieron día tras día. Noche de viernes, noche de sábado y el domingo me volví a casa a cucharear un toque conmigo mismo. Boludeé todo el día y a la tarde me me escribió para que volviera a su casa. Ahí ya comienza a haber un vacío en toda la historia. Ya no me acuerdo si fui o no fui. En realidad tuvo un problema con un familiar enfermo. Ahí me acordé: falleció su abuela, o al menos ese fue su reporte. Y ante la propuesta efusiva de vernos, bajó a la intensidad de lo dejamos para otro día. Era domingo, de noche, no había lugar para dobles discursos, o los amantes se unen o se dejan, no hay salvación para los titubeos, sólo hay ganas o no. Sin saberlo se había terminado el pequeño amor de gato y yo aún no me daba por enterado.
En la semana yo continué con la misma intensidad consensuada pero de la otra parte no había el mismo ímpetu. Pasó una semana, y ante la propuesta de vernos cuando pintara, un sábado soleado de junio, me escribió diciéndome que me tenía que decir algo. Yo me asusté y pensé que se había hecho un análisis de hiv y que en ese momento que él optó por los dos de no cuidarse, había una posibilidad de que yo esté en riesgo. Pero mi fantasía noventosa se cayó al minuto cuando me dice lo hermosa persona que era yo, que seguramente iba a conseguir a alguien como pareja. Que se había reencontrado con “un ex” y que habían decidido volver a apostar a la relación. Y además me proponía que seamos amigos. 
Yo siempre agradezco a la naturaleza los días de frío que ayudan y contienen a los amantes apresurados a cobijarse del frío, por los días soleados en momentos de confesiones fuertes, donde el calor es necesario para acariciar las noticias duras y de desamor. Ahí entendí que los decesos de abuelas a veces pueden contener en el fondo otro tipo de muerte. Y también que muchas veces los amantes funcionamos como piezas que ayudan a recordar otras historias, a sobrevalorarlas por sobre el presente efímero y que todo vuelve a encajar de nuevo
Las muertes de las abuelas eran nuestras excusas para pegarnos los faltazos y no llegar a las 25 faltas y quedar libres. Hoy parece que los avisos fúnebres le sirvieron al gato para determinar el final de nuestro amor de una semana.

No hay comentarios: