Me preguntaron el día en que presenté mi libro en mi ciudad, cuáles eran
los límites entre la literatura y la realidad, ficción y realidad. Como buen
aprendiz de escritor dije muchas cosas y no se si fui al grano con la pregunta.
De hecho, siempre imaginé mil veces una vuelta de película a Bahía Blanca. Como
un Pedro Almodóvar que vuelve a las calles bizarras de su ciudad, ya no
envuelto en el anonimato sino con un nombre y apellidos reconocidos. Ya no
sería ese joven negrito caminando de vuelta para su barrio por calle Alem, ni ese
que esperaba largas jornadas de madrugada el bondi, la ya inexistente
quinientos uno, empresa La
Unión.
Si las calles hablaran dirían cosas que no sé si podría digerir. Como
aquella vez que me encontré con un hombre en calle Zelarrayán, lo había
conocido por el Chat de Bahía, y mi sorpresa al verlo mucho pero mucho mayor
que yo fue como cuando me gané un fanzine en una peña anarkista. En esos
momentos era como una madre Teresa de los maricones, donde rescataba jubilados,
obesos y en honrosas ocasiones alguno más o menos encaminado. Esa vuelta el
franeleo fue callejero, había poca luz y por suerte para mi fue con ropa y pude
salir corriendo cuando el buen hombre le dio una especie de temblor, que al ver
mi cara de susto me dijo que ya había acabado. Esas experiencias me marcaron
profundo, me sorprendía como una performance tan desafectada podría causarle un
temblor a un hombre de campo o de barrio. Ese especie de tipo que ves tomando
una ginebra mientras espera la paga de un trabajo, o como aquellos que están
sentados sin bailar en los casamientos o cumpleaños de quince, o como que
saludan en los velorios. La misma cara, el mismo gesto de ninguna alegría ni
ayer, ni hoy ni mañana.
Pero volviendo a la presentación del libro siempre me imaginé que iba a
estar hablando con la prensa y estarían los mismos dinosaurios de Radio LU 2,
Canal 9 y La Nueva Provincia ,
y los acusaría de cómplices de la dictadura y los móviles en vivo deberían
cortar su transmisión por las barbaridades de una marica que se creía con el
derecho de acusarlos de sicayos. Pero nada de eso ocurrió así. Igualmente tengo
la necesidad de escribir esa idea de cómo ficcionaría esa vuelta que ya fue, y que
nada de espectacular tuvo, pero tuvo hermosos encuentros con amigues de toda la
vida, de mi vida de estudianto. Un conocido se acercó y me dijo: te tengo de la
casa de Flavia y de las fiestas de Humanidades. Mis últimos años tuvieron mucho
de fiestas de humanidades, de encuentros a ciegas por medio del Chat. De tomar
vino berreta, de mezclar alcohol etílico con los jugos en sobre para matarnos
el hígado y flashear cosas en las calles de la city bahiense.
De marchas y piquetes en el 2001, de programas combativos en fm de la
calle, de La Toma
un programa que hasta tema propio había pegado en la fm que por entonces estaba
en calle alsina.
La vez que termine tomando mates y besuqueándome con un sacerdote que le
dedicaba mucho tiempo a su cuerpo, gracias le di a un dios por ese ejercicio
que se le notaban. Y yo que era bien cristiano le preguntaba por que vivía en
un departamento y me dijo que era diocesano y que ellos no vivían en casas
colectivas ni en conventos. Yo creo que ahí volví a pensar en la idea de ser cura
con un departamento, con sotana de día y en cuero de noche.
O la vez que fui a la casa de un chico que tenía muchos kilos de amor,
que en un momento conversando los dos sentados en sillas de plástico,
desapareció de la faz de mi horizonte, despatarrado en el suelo, en medio de pedazos
de plástico blancos por todas partes y yo entre tentado y a la vez
solidarizándome e intentando ayudarlo a levantarse del piso. Y con toda esa
escena igual nos fuimos a la cama. Igual era una época donde no cogía, así que
sólo hubo toqueteos y besos.
Yo creo que el mejor de los hechos en esos años fue la relación con
Javier, el enfermero. Con el que fuimos una especie de novios. El tenía la edad
que tengo yo hoy, y ese yo tendría 22 años. Me acuerdo patente de quedarme en
su casa, de desayunar juntes y de saber que con él sería la primera vez. Y una
primera vez que no olvidaría más por que justo en el momento donde ya sabíamos
que iba a haber penetración, el tuvo la mejor idea del condado: decirme en ese
minuto previo que tenía HIV, que no me preocupara que con forro no pasaba nada.
Creo que desde ese día soy de ano cerrado, creo que es el comienzo de mis
hemorroides mentales, el culo y la mente fruncidas. Hay gente que se pasa de
honesta, de querer hacer lo que se debe y es lo peor. Por que no me lo dijiste
un día antes era mi pregunta, justo el día que me preparé para abrirme y
dejarme penetrar, justo el día que comenzaba el resto de mi vida me decis que
tenés HIV. No te parece un poco, cómo decirlo, poco tiempo para dejar procesar
la noticia. Yo ahora recuerdo que hice un homodrama, te dije que no tenía
problema, que estaba todo bien. Y te besé como besan los jóvenes de veintidós
años a un novio más grande. Y te besé y pensé en la peste rosa, que un día te
ibas a morir y yo estaría al lado tuyo hasta los últimos minutos para demostrate
todo el amor que te tenía. Pensé que todo lo que había visto en las telenovelas
se haría realidad en mi: Iba a ser tu viudo sin matrimonio igualitario ni nada.
No iba a reclamar tu moto Zanella, ni los ramos de flores que me regalaste. Por
suerte todo eso no paso. Te cansaste rápido de mi, me dijiste que ya no ibas a
luchar por amores de pendejos. Que no ibas a llegar con regalos a mi casa para
no perderme. Creo que fue lo mejor que te pasó perderme y no encontrarme más.
Igual el mejor recuerdo de mi época de fiestas de humanidades fue la vez
que fui a levantarme a mi primer chico. Era una marica troska que salía con una
flaca muy linda, pero todas sabíamos que eran más amigas que otra cosa. Y
recuerdo que fui a decirle que me gustaba y que hiciéramos algo. El me dijo que
no me creía, que yo era novio de una amiga con la que andábamos de acá para
allá. Y recuerdo que como en la escuela primaria fui a buscar a mi amiga para
que le dijera que no éramos nada, que yo era gay. Me dijo que a la salida de la
fiesta nos fuéramos juntos. Y así fue, yo estaba esperándolo afuera del club
universitario, y él salía discutiendo con su novia y la novia a los gritos
sentenciándolo: “te vas conmigo o te quedas con él y no me ves más la cara”. Y
así su novia encaró para un lado y él se vino conmigo y me llevó a su casa.
Como bien dije anteriormente eran épocas donde no cogía, solo franeleaba y
besuqueaba. Pero recuerdo ahora que al día siguiente en la casa del trosko
puto, que desayuné con sus padres de este primer levante oficial, en una bahía
blanca donde aún las maricas no sabíamos mucho de eso del orgullo. Este texto
no tiene un remate, y tampoco mucho contenido relacionado con el título, pero
después vino un largo camino donde de no coger, pasé a la fase de sólo la
puntita.
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