domingo, 23 de marzo de 2014

El Profe (Crónica II)

La siguiente crónica está realizada en base al Legajo de Referencia N° 14.603, del año 1966, perteneciente al archivo de la ex – DIPPBA (Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires).



El profe

Habían terminado los últimos exámenes de fin de año y el Bachillerato de Bellas Artes se preparaba para la gran apuesta anual que eran las kermeses de ciencias. Cada año los grupos de profesores y alumnos demostraban el trabajo que habían estado realizando los 8 meses de cursadas. Eran los sesenta: había imaginación por todas las paredes de esas escuelas, jóvenes discutiendo el “Manifiesto Comunista”, “El segundo sexo” de Simón de Beauvoir. También se hablaba en los pasillos de los grupos de mujeres autónomas que se estaban juntando para “autoreconocerse”. Las chicas del sexto año de humanidades habían tenido  acercamiento con esas universitarias, que les contaban de los talleres íntimos, donde las participantes reconocían sus órganos sexuales y todos los beneficios que otorgaba el clítoris.
En medio de este contexto, un grupo numeroso de estudiantes estaba anonadado con la personalidad del Jefe del Departamento de Historia y Geografía. El profe Martínez, como lo llamaban todos, gozaba de un estrellato entre los alumnos por su capacidad de captarlos con las historias de viajes por Europa y varios países de Latinoamérica. El profe también tenía un estilo totalmente innovador en su manera de vestir: colores inimaginables, rojos de todos los estilos y amarillos de todas las gamas. Y en cada vuelta de sus viajes traía literatura, inédita, por la cual sus alumnos hacían largas esperas para poder leerlas en los recreos.
Pero lo que más atraía era su manera de comunicarse: por momentos refiriéndose a él mismo en femenino, sin ningún prejuicio al hablar de los amoríos propios y ajenos, una total diva enclavaba en el departamento de historia y geografía del bachi de Bellas Artes.
Antonio Martínez, era un profesor que estaba por llegar a los cuarenta años. Se decía en los pasillos que había tenido un amorío con un ex alumno: con Hernández, el joven estrella de bellas. No solo era el más inteligente en las ciencias sociales, sino también un referente del centro de estudiantes. Ariel Hernández, se había unido al profe Martínez de tal manera, que el colegio no paraba de acosarlo preguntándole cómo era hacer el amor con un pederasta. Las autoridades habían mandado a tapar una pintada del patio que rezaba “Martínez y Hernández”, adentro de un corazón de color rojo. Era tan evidente la fascinación del uno por el otro, que nunca se animaron a contradecir ningún chismerío, pues cada uno guardaba la esperanza que pudiera suceder algo. Nunca habían hablado cuestiones personales, sus intercambios tenían que ver con hablar sobre cualquier tema que les llamase la atención. Ariel siempre había tenido la fantasía de estar con otro hombre, y sabía que esa iba a ser apuesta antes de que terminaran las clases y egresara de la escuela.
Martínez sentía que se le volvería una pesadilla seguir mirando esos ojos negros grandes, de ese alumno que con sólo 17 años, tenía una potencia en sus ideas y era tan hermoso, que había veces no podía prestarle toda la atención a las conclusiones a las que llegaba después de leer al Marqués de Sade.
Volvamos a finales del año 1966, donde todos los alumnos y docentes estaban terminando sus trabajos finales. Era una nueva oportunidad para demostrar el interés de todos en las ciencias sociales. Cada Kermesse, desde que estaba Martínez en la escuela, se ratificaba el apoyo incondicional de toda la comunidad educativa hacia su trabajo pedagógico.
Todavía estaban teniendo las últimas reuniones de balances de todos los docentes y en breve se venía la cena de fin de año. Todo parecía ir con normalidad. Al terminar la discusión del calendario de la kermesse, la profesora Patricia Bustos pidió la palabra y entregó unas hojas a cada uno de los docentes que estaban presentes. Se trataba de una carta pidiendo que se iniciara un sumario administrativo en contra del profesor Martínez. Su justificación tenía relación con la sospecha de que el profesor pudiera interferir en la educación de todos los alumnos y los llevara a cometer actos inmorales. Esta docente había tenido varios cruces con el profe de historia, por diferencias en su metodología “socializante”. Para ella, una cincuentona tradicional y proveniente de Villa Cañas, las clases del profesor Martínez eran un tanto desordenadas, con mucho tiempo dedicado al debate y poco afianzamiento de los contenidos. Y luego de un altercado en la sala de profesores, donde el profe le había dicho “chismosa de pasillo”, esta se había decidido de iniciar el proceso administrativo. La docente había estado presente mientras se hablaba de la supuesta relación de alumno Hernández con Martínez, y se jactaba de haberlos cruzado por fuera del colegio. Todas estas circunstancias la hacían acreedora de un privilegio: dar por ciertas todas las habladurías que se decían.
El esposo de ella era comisario de investigaciones de la ciudad, y también le advirtió de esta situación para que estén atentos en la seccional, por si se necesitara alguna pesquisa ambiental, para terminar de comprobar los comportamientos amorales del docente.
Antonio ese día no había concurrido a la reunión, estaba con los alumnos ultimando detalles de la muestra en el salón de actos. Cuando regresó a la sala de profesores, vio la cara de todos los presentes y preguntó si sucedía algo. El profe de Literatura, amigo personal de él, le dijo lo que estaba aconteciendo. Martínez no pudo con su genio, y empezó a preguntarle a la profesora Bustos qué era lo que buscaba con toda esa puesta en escena. Muchos de los docentes intentaron calmarlo diciéndole que la dejara, que el sumario tuviera su cauce, que seguramente no tendrían mucho asidero ya que su trayectoria era más importante que todo lo que decían de él. Bustos dijo que tenía el apoyo de varios docentes que veían en su pedagogía las mismas arbitrariedades que se cometían en los países donde se habían instaurados los comunismos, y que su dudosa moralidad era el dato definitorio para su permanencia en el establecimiento.
Salió todo nervioso de la oficina, sus alumnos lo esperaban en el patio para matear y terminar de discutir detalles de la muestra, que ese año hablaba de las sexualidades a través de la historia. Cuando sus alumnos lo vieron desaforado, agarrándose la cabeza y limpiando sus gafas intermitentemente, le preguntaron qué le pasaba. Con los ojos desorbitados intentó explicarles lo que estaba ocurriendo. Cuando uno de los alumnos trató de interpretarlo le dijo:
-           ¿A usted lo quieren echar por homosexual?
-           Sí, es así gurí, parece que la Bustos inició un sumario contra mío, por ideas izquierdistas y por amoral. Le contestó ya más calmado Antonio, limpiándose con un pañuelo violeta la transpiración que le caía desde la frente.
Allí comenzó el revuelo entre la muchachada. Unos arengando que si lo echaban no hacían la muestra, que la muestra tenía que llevar un lema: “por el derecho a ser como se nos dé la gana”. Que al día siguiente harían una sentada hasta que el sumario se diera por terminado, y que no había ninguna dudosa moralidad, que eran más inmorales las autoridades si pretendían que un rumor malintencionado pudiera más que todo el conocimiento que Martínez compartía con los jóvenes del bachi.
Al día siguiente llegó  a las siete y cuarto de la mañana con la esperanza que todo hubiera pasado y que lo del día anterior hubiera sido sólo una locura de fin de año. Cuando se iba acercando al establecimiento empezó a escuchar murmullos, y mientras iba dando la vuelta en la esquina, comenzó a ver a algunos de sus alumnos sentados en círculos debatiendo, otros pintando unas banderas que decía: “¡El profe Márquez del bachi no se va!”. Allí mismo comenzaron a caerles lágrimas de la emoción, de ver a esos pibes tan apasionados en su defensa. La última vez que había llorado tan aguerridamente, había sido el día en que Ariel se despidió de él cuando partió a España en un viaje obligado. Su familia los había descubierto  a los dos de la mano por la plazoleta de calle 61.
Ese día él se había decidido a vivir ese amor tan prohibido con el líder de bellas, que ya estaba cursando el tercer año en la facultad de Humanidades. Ese día hubiera sido la posibilidad del primer beso, beso que se dieron en su despedida. Ese beso nocturno, con gusto a poco, en el baño del aeropuerto, fue la cosa más bella, clara y honesta que le había sucedido hasta ese momento a ambos. Ese beso tantas veces esperado, tanta veces soñado en medio de las madrugadas húmedas cerca del Río de La Plata, por fin se sentía en sus lenguas.
No pudo no pensar en Ariel, en sus ojos, en su sonrisa y en la promesa de volver e ir a buscarlo al bachi. Esa era su esperanza: un día salir de bellas artes, verlo a Ariel y que en plena calle 7 se dieran un beso.
En la sentada entendió que no existía razón para enamorarse, que las cosas pasan, que muchas veces el amor era eso: una mirada y quedarse petrificado. Y que en cada uno estaba dejarse estaquear y llevar todo hasta las últimas consecuencias. Pero los sesenta todavía eran muy tradicionales y no le perdonarían el amorío de un profe con su alumno.

El acto de fin de curso el año que egresó Ariel, en el brindis, el estudiante lo había buscado para brindar con él. Ese día le había dicho: brindo por usted profe, para que nos volvamos a encontrar.

No hay comentarios: