lunes, 10 de marzo de 2014

El oficial y el revolucionario

Crónica realizada en base a un legajo proveniente de la DIPPBA (Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires). El legajo es el de Mesa “Ds” (Delincuentes subversivos) Varios N° 12.457. Lleva el título de  “Investigación sobre el Oficial ————-“, con fecha del 17 de enero de 1979.
La carátula del legajo
La carátula del legajo
(Por Cristian Prieto) El alemán podría haber pedido asilo en el país vecino, pero no sólo su función de enlace para la organización a la cual estaba comprometido era una cuestión que lo detenía, sino también su contrariado amorío con el Oficial Principal de la Policía de la Provincia más grande del país. En esos momentos irse, salir o quedarse, todo, era riesgoso.
Ya habían caído en la cuenta de que estaba siendo interceptada toda la correspondencia que llegaba de su país: desde sobres abiertos con postales de cartón que trasmitían mensajes en clave, hasta las cuentas de electricidad. Estaban siendo vigilados por el personal de la policía, luego de que un oficial diera la información que el alemán John, no sólo vivía en la casa del Oficial González, sino que habían sido descubiertos juntos, entrando a diferentes hoteles de once. El chisme sobre Gonzáles pederasta (1) había recorrido todas las oficinas de inteligencia de aquella fuerza.
Al tiempo que le fueron sacando los atributos en las zonas donde se perseguía a la guerrilla, también lo fueron excluyendo de las dádivas de la prostitución. Desde el año 1975 el negocio había quedado bien resguardado por la policía, no había capitalistas foráneos que se quedaran con la plusvalía de las mujeres de la noche. Pero González, presuponía que era el comienzo de la inhabilitación como jefe.
Mario Gonzáles, Oficial Principal de la Policía, le había propuesto a John irse juntos a Alemania. Ya había logrado la documentación con otros nombres antes de que cayeran en la cuenta de su desprestigio creciente en el departamento de visas. Sólo faltaba la decisión y convenir la forma de encontrarse fuera del país sin levantar la perdiz. El alemán, seguiría siendo alemán volviendo a Alemania. Y él iría a EEUU a tomar un curso de seguridad interior. Nada podría fallar. Pero para John no era una opción volverse, rendirse sin terminar lo que había venido a hacer.
Mario sabía de sobremanera qué pasaba con los pederastas en los secuestros, en las detenciones y en las celdas. No sabía bien qué les pasaba a los que “desaparecían” como por arte de mafia, pero lo que era seguro, es que era aún peor que cualquier represalia a alguien normal. Nunca se habían imaginado viviendo juntos en el infierno de Argentina, pero habían pasado muy buenos momentos en las islas del Tigre, en los campamentos abandonados luego de los carnavales. Carnavales que eran un rejunte de todas las locas efervescentes de la época. Y como allí el Oficial era fácilmente reconocible, siempre viajaban una semana después para disfrutar del silencio, de las posibles chusmas y de las malintencionadas viejas fritas de la policía porteña. La Margaride (2) era la “Gran hermana”, la gran panóptica que no dejaba hacerse siquiera una paja en medio de la noche.
Verano tras verano todo empeoraba. Salir a destiempo, ya no salir más juntos, no poder hacer reuniones sociales, aparentar todo el tiempo se estaba volviendo en contra hasta de ellos mismos. No eran los que eran, ni los que quería ser: eran seres haciendo de otros para despistar, pero el riesgo era creerse esos personajes y esas vidas.
cronica1.3
González había sido dado de baja, ya no tenía contactos que pudieran responder por él.  No había sido categórico con la subversión, y ahora también era pederasta: dos crímenes que se pagaban con la baja y sin pensión. No se podía ser Oficial Principal con un “amigo íntimo” menor, de otra nacionalidad y relacionado con el extremismo. Ya se sabía que luego del escándalo de la escuela de suboficiales, donde por un día habían desfilado en trajes de baños y se habían acariciado tanto que no pudieron ocultarlo, las cosas estaban más jodidas. No se permitían dentro de las filas oficiales sospechados de tener actitudes amaneradas (3).
Se habían cumplido tres años del Proceso de Reorganización Nacional. El mundial de fútbol había sido un éxito: con razzias de putas, pederastas y maricones mediante. Los fascistas de la revista “El Caudillo”  transmitían el mensaje de que para hacer Patria, además de matar a un Trosko, también había que matar a los homosexuales. Nada indicaba que “en el sur se estaba mejor” como cantaba meneando la cabeza Rafaela Carrá. En el sur las cosas estaban sobrevolando como un cóndor.
Ya no se veían cotidianamente. Pernoctaban en casas diferentes. González y John ya no hablaban de sus cosas, sus encuentros eran fugaces: besos, abrazos, intercambio de dinero, de qué necesitas, de cuándo nos vamos, de no te lo puedo decir, no puedo ponerte en peligro, ni a ellos. Los encuentros tenían gusto a poco, pero creían que al fin y al cabo saldrían ilesos.
El 2 de abril de 1979, cerca de semana santa, John no llegó a la hora fijada a Plaza Houssay. La espera de 15 minutos se hizo de 45. Ahí Gonzáles pensó lo peor. Fue al teléfono de la estación y comenzó a llamar a las comisarías cercanas. Ninguna le dio información. Hasta que pensó lo adecuado: el candidato a su puesto podría estar jugándole una carta para quedarse con el lugar y tener un zurdito bajo su haber. Se dirigió hasta la comisaría de Escobar, entró gritando por John. Lo oficiales no pudieron pararlo, tan fuerte era su desgarro que llegó a oídos de John su súplica. John gritó, advirtió que lo iban a matar. González obligó a los guardias a que lo registraran en el libro de entradas. “¡Que quedara registrado!” Fue la orden del todavía Oficial Principal. Y efectivamente esa fue su última orden acatada. John fue inscripto en el libro de entradas y liberado a la madrugada.
Al día siguiente el Oficial fue anoticiado de su baja en su domicilio bien temprano. Había estado toda la noche en vela esperando a que llegue John, pero también sabía que era el lugar más peligroso para encontrarse. Esperó hasta el mediodía y volvió a la comisaría. Allí pidió de nuevo los libros de entrada, figuraba su detención del día anterior como “averiguación de antecedentes”, pero no estaba en la comisaría. Esta vez no pudo hacer tanto lío como la vez anterior ya que no era más Oficial Principal de la Policía, y esa información ya la tenían en esa comisaría por el tono que le pusieron a las respuestas.
Al año siguiente volvió al Tigre, ya no después del Carnaval, sino en época. En esos meses había alimentado un poco de esperanza en la posibilidad de que John volviera a los carnavales. Imaginó muchas veces verlo bailar detrás de una de las comparsas, como la de “Los Dandis”, con un antifaz de color violeta o rojo, los colores que el alemán siempre elegía en cada prenda de ropa. Pero esta vez sería la primera vez que estaría al momento de los desfiles, de las bandas, pero sin su John. Esta vez se dejaría ver por quienes estaban presentes en los festejos, por que ya no tenía reputación que resguardar, y menos aún: un amigo con el que disfrutar esos festejos.
Pensó con cada detalle el disfraz para vengarse del pasado y del presente, si ya no era más el oficial Principal de la Policía y tampoco tenia a ese joven alemán de la mano, su disfraz de carnaval sería una venganza azul con antifaz violeta, para ver más allá de los ojos de todas las locas que lo iban  a tener entre sus filas bailando al compás de el rey momo de los carnavales del año 1980. Ese carnaval tuvo menos gente, no se sabía si por la represión o por que había menos maricones visibles.
El día del desfile final se puso un traje azul de seda. Lentejuelas le caían de cada uno de los pliegues de la cola, que se asemejaba a un traje de baile americano. El antifaz hacía la diferencia: violeta y con brillantina por los costados. Bailar nunca lo había hecho, pero acompañaba el ritmo de la comparsa y en cada salto recordaba los bellos saltos que daba John intentando bailar la música popular de su amante argentino. En cada salto le venían a la memoria los latidos de su corazón cuando su alemán favorito se quedaba dormido en su pecho. Un terremoto de ternura lo inundó y perdió la noción del tiempo, de los tiempos, aunque ese momento parecía estancarse en un respiro profundo para no despertarse más de ese baile de carnaval. Su primer baile y su primera ratificación de su deseo amanerado, pederasta y pasivo.
GLOSARIO:
(1)   Pederasta. Así es considerado aquel hombre mayor que abusa de menores, o aquel que busca tener algún tipo de relación con una persona de su mismo sexo mucho menor en edad que él. La primera de las acepciones es un crimen y tiene sus consecuencias negativas sobre la vida de niños y niñas. Pero la segunda está fundada en el prejuicio sobre aquel hombre mayor que al tener una relación con otro mucho menor que él, lo está obligando a realizar un acto contranatura, y por ende también es un delito de tipo social. También se encuentra acompañado por el calificativo “pasivo” o “activo”. El pederasta pasivo es aquel varón que en el acto sexual ocupa ese lugar en el acto sexual. Así se lo considera afeminado y femenizado y se lo considera inferior. El Pederasta Activo es aquel varón que ocupa ese lugar en el acto sexual. Estas acepciones son las utilizadas por los agentes de la DIPPBA.
(2)   Luis Margaride. Jefe de la Policía Federal en 1974. Se ganó la fama de la lucha por la moralidad y las buenas costumbres, contra los homosexuales y el adulterio. Conocido por allanar los hoteles y albergues transitorios personalmente. Llamado en la época “la tía Margarita”.
(3)   Amanerado. Calificativo utilizado por los agentes de la DIPPBA `para calificar a alguien que no poseía los rasgos masculinos que se esperan que tengan los hombres.

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