martes, 11 de febrero de 2014

El día en que murió mi mujer

Al llegar el nuevo año me encontró en una playa del caribe con todas las intenciones de acampar ­para poder disfrutar del espectáculo de mil y una estrellas. Estrellas que me vienen cobijando desde hace años luz: no creo ser solamente el que soy hoy, con el cual tengo todas mis dudas e incertezas de ser yo verdaderamente, creo que he sido otras almas, otros sueños, otros sentidos. Por ahí sin formas, o por ahí sin nombre y apellidos y sexo… seguro de que fui cosmos, brisa, aire, agua o mensajes.
La noche sobrevino clara, nuestra ubicación certera fue la que ya otrxs habían cuadrado en ese cayo del caribe. Estaba el círculo perfecto armado para el fuego. Tuvimos que buscar los elementos necesarios para emprender el camino al fuego: el camino de la luz en la noche, el camino de quemar lo seco para alumbrar lo vívido, para quemar el pesar, las esperanzas que siempre que las percibimos son certezas del paso dado, de la mirada correcta, del viaje necesario para extrañarnos de quiénes somos, de nuestros sentidos, de nuestra piel, la extrañeza de ser nosotrxs mismxs a cientos de kilómetros… los mismos frente al fuego, debajo o de frente o de costado –nunca me ubico- al cobijo de esas rarezas que nos alumbran como tejido que abraza al sol, como troquelado de telas alrededor del rey sol. Las estrellas: las tres marías, el cinturón de Orión, las más desconocidas, la estrellas que caen junto a nuestros deseos a flor de piel: que me ame, que sea libre, que esté todo bien con él, que la vida me regale tantos amigos hermanos compañerxs como hasta ahora, que pueda ser libre sin obligarme  a serlo, que pueda quemar esa foto dolorosa, que pueda, que pueda… que pueda volar a donde quiera, que pueda volver a jugar, a reír como niña no educada, como niño con muñecas y pinturas, como abuela soltándose el rodete. Que pueda, que pueda todo, que pueda todo lo que desee, que pueda y que lo merezca.
Cementerio de caracoles fue lo primero que pensé cuando nos topamos con todos esos caparazones de caracoles por todos lados. Cementerio de caracoles: todos vienen aquí a descansar, o los trae alguna marea de estas aguas tan cálidas, tan cristalinas y tan amorosas que arman instalaciones, montañas contenedoras de caracoles que alguna vez fueron caracoles. Caracoles y caracolas que anidaron ese cayo y otros del caribe pero las olas amablemente las llevan al Cayo Crasqui.
El camino de caracoles y caracolas nos llevó al escenario preparado para el fuego de esa noche. Yo junté un par de maderas y Paula comenzó el fuego. La ví ensimismada, la vi fuego: roja furiosa, la vi tribu mujer que quiere quemarse, la vi hacedora de fuegos y le vi algunas lágrimas que no podría decir si salieron de sus ojos o salieron al calor de esas ramas moradas por ese misterioso chispear que tanto ha fascinado a la humanidad entera.
El cementerio nos sumió en estado de confesiones, de historias de tías, madres, amores inconclusos, amores de los posibles y de los otros. Siempre creí que cada vez que una chispa te llega, no hay manera de dejar que el mensaje no llegue: ese soy yo, esa soy yo, no podría manifestarlo verborrágicamente con palabras y calificativos que den exacto en ese momento de la chispa que me llegó de ese fuego, de esa estrella que no para de avisarnos que se cae, que llora por el cielo nocturno, que me recuerda que puedo seguir pidiendo deseos: que lo que deseo se encuentra por que otras veces fui otras almas y hoy esta vela por el recuerdo de otros deseos que fueron. Que fueron vida, que fueron fuego y madera incendiada.
Esa noche la recordaré a las dos mujeres con caras de otras mujeres, yo las vi a ellas pero también vi a cientos de otras alrededor del fuego de la historia de las sanaciones y yo también algo me sané. Sanarse entre mujeres puede ser revolucionario.
A la hora del sueño, cuando ellas exhaustas cayeron al suelo arenoso, yo no podía llegar al sueño con tanto ruido, con tanta caracola alrededor. Algunos caracoles o caracolas vivos, vinieron a tocarme la cabeza: yo no se si fue alguna señal pero ellas y ellos son mensaje, estaré más atento a los mensajes del mar.
En mi sueño intranquilo me visitó una mujer, en realidad una cabeza de una mujer originaria, que me habló de los niños y niñas de sus pueblos. Era una cabeza ahuecada y al lado estaba el cuerpo de una mujer viva. Pero también apareció una joven bailarina que luego de mirarme y de cerciorarse de que la mirara, hizo un paso de baile y saltó hacia un patio donde jugaban todos niños, niños que luego se convirtieron en soldados que la asesinaron.
Esa noche, esa mañana me desperté con muchas mujeres en mi cabeza, me desperté y volví a pensar en el cementerio de caracoles y caracolas. Como sigo teniendo intelecto masculino “adquirido culturalmente” no pude decifrar ningún mensaje hasta que mi amiga bruja (si las hay) me dijo: “una mujer murió en vos… “ una mujer murió en mí.  Todavía no ubico el registro de esas palabras y debo pensar completamente lo contrario a lo que pienso: una mujer murió en mí para darle paso a otra, o por ahí murió la mujer limitada que había en mí para darle paso a una femeneidad sin condicionamientos, condicionamientos  que ya no me hagan doler el costado izquierdo. 

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